El Rey Yayati fue uno de los ilustres ancestros de los Pandavas. Desconocía completamente la derrota. Era un buen conversador sobre las escrituras. Inmenso fue su amor por los súbditos de su reino. Intensa fue su devoción hacia Dios. Sin embargo, cruel fue su destino. Su cuñado Sukracharya, preceptor de los asuras, o demonios, pronunció una maldición sobre él. Sukracharya maldijo a Yayati con una vejez prematura.
La maldición tuvo efecto inmediato. El inimitable orgullo de la hombría de Yayati fue despiadadamente golpeado por la edad. En vano imploró perdón el rey. Sin embargo, Sukracharya se calmó un poco. “Rey”, le dijo, “voy a disminuir la fuerza de la maldición. Si cualquier ser humano accede a intercambiar la belleza y la gloria de su juventud contigo, con el deplorable estado de tu cuerpo, recuperarás la flor de tu propia juventud.”
Yayati tenía cinco hijos. Rogó a sus hijos, los tentó con el trono de su reino, los persuadió de todas las maneras posibles para que accedieran a un intercambio de sus vidas. Sus primeros cuatro hijos, suave y prudentemente rehusaron. El más joven, el más devoto, Puru, aceptó alegremente la vejez de su padre. Yayati en el acto se transformó en lo mejor de su juventud.
En seguida, el deseo entró en su cuerpo y le ordenó disfrutar de la vida hasta la última gota. Cayó desesperadamente enamorado de una Apsara, o ninfa, y pasó muchos años con ella. Pero su insaciable deseo no podía ser aplacado por la auto-indulgencia. Nunca. Por fin se dio cuenta de la verdad. Afectuosamente le dijo a su queridísimo hijo Puru: “Hijo, oh hijo mío, imposible de saciar es el deseo sensual. Nunca puede ser aplacado por la indulgencia más que el fuego es extinguido vertiendo aceite sobre él. Te devuelvo tu juventud. Te doy mi reino como te prometí. Gobierna el reino devota y sabiamente.”
Yayati entró de nuevo en su vejez. Puru recuperó su juventud y gobernó el reino. El resto de su vida Yayati lo pasó en el bosque practicando austeridades. A su debido tiempo Yayati exhaló allí su último aliento. El ave-alma voló de vuelta a su morada de deleite.