Muy a menudo oigo a los aspirantes decir que no pueden concentrarse más de cinco minutos. Después de cinco minutos tienen dolor de cabeza o sienten que la cabeza está ardiendo. ¿Por qué? Porque su fuerza de concentración está viniendo de la mente intelectual, o podemos decir, de la mente disciplinada. La mente sabe que no debe divagar; la mente tiene ese conocimiento. Pero si la mente va a ser utilizada correctamente, de una manera iluminada, entonces la luz del alma tiene que entrar en ella. Cuando la luz del alma ha entrado en la mente, es sumamente fácil concentrarse en algo durante horas. Durante ese tiempo no habrá pensamientos, dudas ni miedos. Ninguna fuerza negativa puede entrar en ella si la mente está cargada con la luz del alma.
Cuando nos concentramos, tenemos que sentir que nuestro poder de concentración está viniendo desde el centro del corazón y luego subiendo hasta el tercer ojo. El centro del corazón es donde se localiza el alma. Cuando pensamos en el alma en este momento, es mejor no hacernos una idea específica de ella o intentar pensar en cual es su aspecto. Sólo pensaremos en el alma como representante de Dios o como luz y deleite sin límites. Cuando nos concentramos, tratamos de sentir que la luz del alma está viniendo desde el corazón y pasando a través del tercer ojo. Entonces, con esta luz, entramos en el objeto de concentración y nos identificamos con ello. La etapa final de la concentración es descubrir la Verdad oculta, última, en el objeto de concentración.